La mañana amaneció lluviosa, algo que ponía en peligro la excursión. Pero como si el destino no quisiera que perdiera la oportunidad, el tiempo mejoró y pudimos coger carretera y, no manta, pero sí cámara y lista de reproducción. La música acompañaba la brisa, y la risa.
Al final de un camino plagado de colinas y praderas verdes, de típicas casitas bajas de Iparralde (o País Vasco francés) y de fauna doméstica variada (obejas, vacas, gallinas...), Saint-Jean-Pied-de-Port, un pueblecito con mucho encanto, nos esperaba. Recorrimos sus adoquinadas calles y disfrutamos del silencio del valle y del canto de los pájaros, en ocasiones interrumpido por el ruido de los motores de los coches. Resulta inevitable extrañar el campo, la vida rural alejada de la velocidad y el estrés de la ciudad, el olor a naturaleza, la paz.
Las pequeñas aventuras en un viejo coche siempre son mejores con buena compañía.
Fotos: Oihane Z.M.
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